LLAMO A LA JUVENTUD

Sangre que no se desborda,
juventud que no se atreve,
ni es sangre, ni es juventud,
ni relucen, ni florecen.
Cuerpos que nacen vencidos,
vencidos y grises mueren:
vienen con la edad de un siglo,
y son viejos cuando vienen.


Miguel Hernández

La boca, Miguel Hernández

Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.

Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.

Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.

Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.

¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!

Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.

Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.

Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

Miguel Hernández nos habla en este poema de la importancia que tiene para él la voz, todo lo que es capaz de transmitir por escrito y, a la vez expresarlo con la palabra, con la boca.



Antes del odio

ANTES DEL ODIO

Beso soy, sombra con sombra.
Beso, dolor con dolor,
por haberme enamorado,
corazón sin corazón,
de las cosas, del aliento
sin sombra de la creación.
Sed con agua en la distancia,
pero sed alrededor.

Corazón en una copa
donde me lo bebo yo
y no se lo bebe nadie,
nadie sabe su sabor.
Odio, vida: ¡cuánto odio
sólo por amor!

No es posible acariciarte
con las manos que me dio
el fuego de más deseo,
el ansia de más ardor.
Varias alas, varios vuelos
abaten en ellas hoy
hierros que cercan las venas
y las muerden con rencor.
Por amor, vida, abatido,
pájaro sin remisión.
Sólo por amor odiado,
sólo por amor.

Amor, tu bóveda arriba
y no abajo siempre, amor,
sin otra luz que estas ansias,
sin otra iluminación.
Mírame aquí encadenado,
escupido, sin calor,
a los pies de la tiniebla
más súbita, más feroz,
comiendo pan y cuchillo
como buen trabajador
y a veces cuchillo sólo,
sólo por amor.

Todo lo que significa
golondrinas, ascensión,
claridad, anchura, aire,
decidido espacio, sol,
horizonte aleteante,
sepultado en un rincón.
Esperanza, mar, desierto,
sangre, monte rodador:
libertades de mi alma
clamorosas de pasión,
desfilando por mi cuerpo,
donde no se quedan, no,
pero donde se despliegan,
sólo por amor.

Porque dentro de la triste
guirnalda del eslabón,
del sabor a carcelero
constante, y a paredón,
y a precipicio en acecho,
alto, alegre, libre soy.
Alto, alegre, libre, libre,
sólo por amor.

No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas
me es pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?
A lo lejos tú, más sola
que la muerte, la una y yo.
A lo lejos tú, sintiendo
en tus brazos mi prisión,
en tus brazos donde late
la libertad de los dos.
Libre soy. Siénteme libre.
Sólo por amor.




Tristes Guerras


Tristes guerras
si no es amor la empresa.

Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.

Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.

Tristes, tristes.

Miguel Hernández, Cancionero y romancero de ausencias.



El poema que acabamos de leer parece que va recorriendo la historia del poeta, marcada por una guerra atroz, en la que murieron más de doscientas mil personas, en España, durante los años 1936 a 1939.
En el texto, Miguel Hernández no renuncia a emplear palabras como guerras, armas, morir. Ni dice que no existan. Pero lo que no encontramos, porque no la hay, es violencia, ni sangre, ni disparos, ni cañones, ni pistolas… Todas esas armas son tristes, porque sólo generan el adiós de los seres humanos a lo único que tenemos y por lo que hay que seguir: la vida. La nuestra y la de quienes nos rodean en este planeta.
Las únicas armas que admite el poeta son las palabras. Por supuesto que podemos discutir, discrepar, debatir y todas esas palabras que conocemos como palabras sinónimas. Pero ¿es necesaria la violencia para imponer nuestras ideas?
Lo único que provocan las guerras es tristeza, desolación, desaparición, soledad, adiós a la vida. Todo por unas ideas que alguien tiene y quiere que los demás obedezcan y compartan. Pero gracias a la violencia. A la muerte del contrario, para que uno gane. ¿Gane qué?




 Acompañamos el poema que acabamos de leer por el siguiente videoclip de Paco Damas que musicó el poema


Tristes guerras por Paco Damas

Para la Libertad, Miguel Hernández

Para la libertad pone voz a un herido anónimo que simboliza a todos los combatientes heridos de la guerra civil española. Su sufrimiento es una ofrenda a la lucha por la libertad.


Para la Libertad

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad, siento más corazones
que arenas en mi pecho dan espuma a mis venas;
y entro en los hospitales, y entro en los algodones,
como en las azucenas.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada,
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñaran aladas de savia sin otoño,
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida;
porque soy como el árbol talado que retoño:
aún tengo la vida.


 El hombre acecha, (1938-39)

 Acompañamos la letra de este poema con un video de Pablo López, que lo musicó.

Para la libertad por Pablo López

75 aniversario de la muerte de Miguel Hernández

El 28 de marzo se cumplieron 75 años del fallecimiento del poeta oriolano Miguel Hernández.


Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela el 30 de octubre de 1910 y murió en Alicante el 28 de marzo de 1942. Ha sido incluido en la Generación del 36, aunque mantuvo una gran proximidad y amistad con algunos miembros de la generación del 27, como  Aleixandre, quien profesaba un gran cariño y amor por el poeta de Orihuela. De ahí que Dámaso Alonso lo definiese como “genial epígono” de la Generación del 27.


Tuvo que abandonar los estudios  de forma temprana y ponerse a trabajar cuidando cabras. Sin embargo, su preparación intelectual siguió su curso gracias a las bibliotecas de amigos como Ramón Sijé. Fue un gran lector de la poesía clásica española. En la década de 1930 realiza un viaje a Madrid que le sirve para establecer relación y contacto con los poetas de la época y colaborar en distintas revistas. Al regresar a Orihuela,  escribe Perito en Lunas, que recoge la influencia de sus lecturas de infancia y juventud, así como la de los autores que ha conocido en Madrid. Es de nuevo en esta ciudad donde colabora en la Misiones Pedagógicas de Alejandro Casona y compone hacia 1936 El rayo que no cesa, inspirado en el amor de su vida, Josefina Manresa.

Al finalizar la Guerra Civil Española en 1939 es condenado a muerte por su participación en el bando republicano. Se le conmuta la pena por la de treinta años de cárcel pero, desgraciadamente, muere de tuberculosis el 28 de marzo de 1942 en la prisión de Alicante.

Viento del pueblo (1937),  El hombre acecha (1938), Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) son otros títulos de su obra poética, alabada y reconocida por escritores como el Premio Nobel Pablo Neruda, quien decía de Miguel Hernández:

“Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!”

Pablo Neruda

Fuente: educalab

Sadako y las mil grullas







                                             Sadako y las mil grullas de papel
TEXTOS SOBRE LA PAZ

             
LA PAZ DURADERA

           La paz duradera es premisa y requisito para el ejercicio de todos los derechos y deberes humanos. No la paz del silencio, de los hombres y mujeres silenciosos, silenciadas. La paz de la libertad - y por tanto de leyes justas -, de la alegría, de la igualdad, de la solidaridad, donde todos los ciudadanos cuentan, conviven, comparten.

         No basta con la denuncia. Es tiempo de acción. No basta con conocer, escandalizados, el número de niños explotados sexual o laboralmente, el número de refugiados o de hambrientos. Se trata de reaccionar, cada uno en la medida de sus posibilidades. No hay que contemplar solamente lo que hace el gobierno. Tenemos que desprendernos de una parte de "lo nuestro". Hay que dar. Hay que darse.

       ¡Los derechos humanos! En los albores de un nuevo milenio, esta debe ser nuestra utopía: ponerlos en práctica, completarlos, vivirlos, revivirlos, reavivarlos cada amanecer. Ninguna nación, institución o persona debe sentirse autorizada a poseer y representar los derechos humanos ni menos aún a otorgar credenciales a los demás. Los derechos humanos no se tienen ni se ofrecen, sino que se conquistan y se merecen cada día.

Fragmentos pertenecientes a “El Derecho Humano a la Paz. Declaración del Director General de la UNESCO”; París, Francia, enero de 1997.
       




SOLDADO SÍ de JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO, Años decisivos (1961)

Madre, dicen que debemos
ir a matar o a morir,
y los que lo dicen, madre,
nos están matando aquí.
Soldado así yo no quiero.
Soldado yo,
soldado contra mi hermano,
soldado no.
Frente al tirano y sus leyes
yo mi corazón pondría
para que volviera el aire,
para que volviera el aire
por tu casa y por la mía.
Soldado así yo sería.
Soldado así,
soldado junto a mi hermano,
soldado así.
    



UNA TARDE DE OTOÑO
 
          Mi hermano perteneció a la 82ª División Aerotransportada que tenía su campo de entrenamiento cerca de Columbus, Georgia. Supimos que le habían enviado al norte de África, pero cuando recibimos la noticia de su muerte nos dijeron que había caído en Francia el 21 de agosto de 1944. Tenía diecinueve años. Esto es lo que recuerdo de la tarde en que me enteré de la terrible noticia.

          No voy a decir que tuve alguna intuición o presentimiento de lo que iba a suceder aquel día. Caminé hacia casa, después de que el autobús del colegio me dejara al final de nuestra calle, sin tener la menor idea de lo que me aguardaba. Recuerdo que era la mejor época del año, uno de esos días dorados de finales de verano, con el otoño en cierne. Las hojas de los árboles empezaban a cambiar de color preparándose para su intenso canto del cisne, antes de entrar en la sombría estación que nos esperaba.
 
         Corría el año 1944 y yo empezaba mi segundo curso en el instituto. Mi madre y yo estábamos casi siempre solas en la vieja casa de campo que habíamos heredado de mis abuelos paternos. Nuestra pequeña propiedad estaba rodeada de granjas de vacas en el norte del estado de Nueva York. Mi padre trabajaba en el Canal de Barge y sólo venía a casa los fines de semana, en parte debido a la distancia, y en parte, al estricto racionamiento de gasolina que estaba en vigor. Mi hermano se había alistado como paracaidista nada más salir del instituto y había embarcado para ultramar en marzo de aquel mismo año. Sus cartas nos llegaban del norte de África pero dejaban entrever que pronto lo trasladarían a otro destino.
 
            Al entrar en casa por la cocina me di cuenta de que algo había ocurrido. Nubes de vapor ascendían desde la gran cafetera de aluminio colocada en el fuego y varios tarros de cristal vacíos estaban alineados sobre un paño de cocina extendido en la mesa. Otros utensilios para preparar mermelada –cuchillos, cazos y embudos- estaban tirados por todos lados. La caja que contenía los aros de goma rojos que se usaban para cerrar herméticamente los tarros estaba abierta. Parecía como si toda la actividad de aquella habitación se hubiera detenido hacía tan sólo un instante. ¿A qué se debía aquel silencio? ¿Dónde estaba mi madre? Ella siempre me recibía en la cocina cuando volvía a casa. Mientras la buscaba por la casa, recuerdo haberme fijado en un brillante rayo de sol vespertino que iluminaba un cesto de tomates. Estaban resplandecientes en aquel rojo encendido.
Nuestro comedor daba al norte de la casa y siempre estaba oscuro. En la penumbra, vi sobre la mesa un papel amarillo arrugado y en aquel terrible instante me di cuenta de todo. En el papel estaban escritas las palabras más temidas en aquellos tiempos de guerra: “Lamentamos comunicarle…”

Willa Parks Ward
Jacksonville, Florida